Capitulo VI: Los mitos y los miedos. 1° parte
- Marian
- 27 mar 2021
- 14 Min. de lectura

1° parte: Todos estamos en el mismo barco
“No es el crítico quien cuenta, ni el que señala con el dedo al hombre fuerte cuando tropieza, o el que indica en qué cuestiones quien hace las cosas podría haberlas hecho mejor. El mérito recae exclusivamente en el hombre que se halla en la arena, aquel cuyo rostro está manchado de polvo, sudor y sangre, el que lucha con valentía, el que se equivoca y falla el golpe una y otra vez, porque no hay esfuerzo sin error y sin limitaciones.
El que cuenta es el que de hecho lucha por llevar a cabo las acciones, el que conoce los grandes entusiasmos, las grandes devociones, el que agota sus fuerzas en defensa de una causa noble, el que, si tiene suerte, saborea el triunfo de los grandes logros y si no la tiene y falla, fracasa al menos atreviéndose al mayor riesgo, de modo que nunca ocupará el lugar reservado a esas almas frías y tímidas que ignoran tanto la victoria como la derrota”.
Fragmento del discurso de Theodore Roosevelt “La ciudadanía de la República” Pronunciado en la Universidad de La Sorbona en Paris el 23 de abril de 1910
Entiendo que en esas palabras queda explicito, que en otro país, en otro contexto histórico también existía de ese tipo de gente que te señala desde la comodidad de su sillón, mala leche y pincha globo. El deporte no es el único ámbito donde alguien que no se mueve insulta al que se la está jugando en la cancha. Pero por una vez no quiero pelear ni usar la ironía hacia quienes en algún momento supieron meter el dedo en la llaga, sino buscar el punto en común, porque en definitiva aunque existan distintas maneras de manifestarlo, el disparador de un comentario desacertado hacia los sueños de otra persona, es el miedo. Y si no soy capaz de aceptar que estamos parados sobre el mismo motor solo porque otro no lo exterioriza de la misma forma que yo, quizá no merezca sanarme.
Conozco el miedo en primera persona y lo conozco porque no nació conmigo, conocí a la persona que hubo antes y después de que nos hiciéramos inseparables y no es la misma. Más allá de donde esté puesto el foco o las razones que provocaron ese cambio, el miedo es la X que ocupa el lugar de todas las excusas y cuando te das cuenta de todo lo que no haces por ese amigo imaginario la sensación es frustrante, más aún cuando miras para atrás 14 años después y te preguntas como sería hoy tu vida si el factor “Y” nunca hubiese existido. No sé si cambia algo asumirlo, entre enojarte por que no haces lo que queres poniendo como excusa otra causa o teniendo claro que es por miedo, el resultado es el mismo: no hacer eso que queres porque el resultado escapa de tu control. La única ventaja es que sé contra que estoy peleando y si consigo dominar ese algo que no es real y solo está en mi cabeza, estoy a un paso de cruzar ese puente, aun cuando cada puente me enfrente a un nuevo desafío.
El primer paso es ser conscientes del problema, reconocer la herida, los condicionamientos a los que nos vemos expuestos y nos obligan a hacer lo que no nos gusta, o bien, a no hacer lo que nos gustaría.
El miedo es una emoción que forma parte de la naturaleza humana desde el principio de los tiempos, es una reacción química natural que surge respondiendo al instinto de supervivencia y sana en cuanto al proceso que pone en alerta a un individuo para protegerse de un peligro, deja de ser sano cuando alguien vive en este proceso de manera constante y comienza a ser limitante cuando nos impide fluir con la vida y tomar lo que tiene para ofrecernos. En tiempos actuales no nos encontramos con un tigre en el supermercado y suelen ser otros los pensamientos que generan esa emoción. A diferencia de los animales, quienes solo padecen el miedo frente a un estímulo real que le supone un peligro, el cerebro humano no distingue si una situación es real o imaginaria. Es decir, si imaginamos un acontecimiento el cerebro puede procesar la información como si realmente lo estuviera experimentando y sentirlo en el cuerpo: podemos llorar, enojarnos, sentir miedo o por el contrario, emocionarnos y sentirnos eufóricos sin que ningún evento se esté desarrollando. Quizá porque nunca salí de la etapa de los porques y me gusta probar la variedad de opiniones acerca de algo comprobé que detrás de una acción a realizar hay varios tipos de personas, las que de verdad creen que no es posible y son incapaces de pensar fuera de la caja, las que asumen que tienen miedo a las consecuencias de esa acción, las que te desalientan porque no son capaces de arriesgarse y probar que es posible les quitaría esa supuesta paz que tienen consigo mismos en tanto puedan seguir creyendo que lo que no hacen es porque no se puede, las que te alientan solo cuando les va bien y de las pocas que vi, más en la ficción que en la vida real que te motivan y si pueden te dan una mano para buscar caminos alternativos. Menos en estas últimas, el motor de todas las anteriores, es el miedo.
El cerebro es un órgano con funciones complejas, recibe una gran cantidad de estímulos que debe procesar. Una vez que el estímulo se repite lo suficiente, el cerebro hace clic en el disket y lo guarda, de manera que ya no tiene que pensar frente a un estímulo similar porque la respuesta surge de forma automática. En principio esto puede resultar útil, porque me imagino que si cada vez que tengo que calzarme, comer o bañarme tuviera que aprender cada movimiento para hacerlo o, si cada vez que pongo en marcha mis piernas para andar tuviera que estar pendiente de un pie y luego del otro llegaría tarde a todos lados, me calzo sin pensarlo y camino sin darme cuenta. Este proceso se ve claro en los primeros años de evolución de un niño.
El problema es que la memoria del cerebro tiene guardado automático y de la misma forma que guarda los movimientos rutinarios, también lo hace con las experiencias traumáticas que dejan huella o situaciones que se grabaron como tales. Almacenamos en la memoria respuestas negativas a estímulos que según el filtro de nuestros condicionamientos pueden ser inofensivos para algunos y destructivos para otros. El cerebro solo intenta darle un sentido a las cosas y como lo archivemos dependerá de qué tipo de historias nos contemos sobre lo que estamos viviendo. El instinto de protección que actúa de forma natural no permite borrar esos archivos y aunque por momentos pareciera que no están ahí, frente a una sensación de amenaza emocional que se activa frente a una situación similar ya vivida en el pasado, nos lleva a responder de la misma manera. Esto no quiere decir que no podamos editar el archivo y guardar el nuevo. Hacer consciente y buscar el origen de lo que sentimos frente a una situación y aceptarlo en lugar de negarlo y justificarlo, es el primer paso. Salir de la película y analizar la realidad como algo neutro: la situación es la que es, como yo la veo es el juicio que estoy haciendo sobre la situación. Por último, así como aprendimos a caminar, como todo hábito requiere de práctica, te podes caer al principio pero ningún niño deja de intentarlo por eso hasta que lo hace automáticamente. Obviamente no es tan simple como plantean los 3 pasos, por un lado, porque las emociones producen una reacción química en el cerebro a la que nos volvemos adictos y por otro porque su reacción natural es resistirse a los cambios, es decir que por nuestra seguridad, tendemos a quedarnos en nuestra zona de confort y rechazar cualquier oportunidad que pueda sacarnos de ahí. El cerebro es como una máquina, no distingue si la emoción es buena o mala para nosotros, eso lo hace la interpretación que hacemos de las cosas porque las emociones se generan a través de lo que pensamos acerca de algo. Si se me acerca un perro, siento miedo porque desconozco su reacción y pienso que me puede llegar a morder, esa sensación cambia cuando veo que el perro me empieza a lamer la mano y se deja acariciar. O como me pasó una vez, que uno me mordió y por mucho tiempo cada vez que veía un perro me paralizaba y no podía controlarlo. Sin embargo, me cansé de decirle a mi hijo de camino al jardín que no metiera las manos en las rejas de las casas porque un perro le iba a sacar un brazo y como nunca le paso, 20 años después sigue acariciando cada perro que ve en la calle y yo imaginando la misma secuencia como si tuviera 3 años. Las experiencias son infinitas y como reaccionamos también.
Ahora bien, que ocurre con las programaciones recibidas en la infancia, cuando carecíamos de juicio para someterlas a nuestra aprobación y aceptábamos las cosas tales como nos las presentaban y quizá ahora no tenemos ni idea de cuantas afirmaciones erróneas u obsoletas nos limitan el presente. Muchos porque sí o porque no de nuestra infancia respondían a un “porque lo digo yo” de un adulto. En primer lugar es necesario llevarlas al cerebro consciente. Parece difícil porque vivimos en un mundo lleno de ruido donde ni escuchamos al otro, ni a nosotros mismos. Y al menos desde mi punto de vista, los conflictos que surgen de la comunicación, no están en lo que uno dice, sino lo que uno escucha e interpreta según sus propios códigos.
Cuando somos pequeños aprendemos por herencia nuestra lengua materna, mamamos los hábitos y costumbres de nuestra familia y según la personalidad, recibimos en mayor o menor medida influencias de los entornos sociales que frecuentamos que a menudo se corresponden con los valores que se inculcan en el seno familiar. De lo Macro: el mundo, a lo micro: familia-individuo, hablamos diferentes lenguas y vamos creando diferentes códigos, ya sean propios de la cultura o de la tribu a que pertenecemos. Hasta acá todo parece natural y aceptado, todos sabemos que es así. Lo tenemos incorporado al conocimiento colectivo. Por otra parte, más allá de las diferencias, existen códigos universales, que según la cultura pueden ser más o menos frecuentes pero cualquiera es capaz de comprender. Me refiero al lenguaje no verbal, donde podemos captar distintos mensajes, las posturas del cuerpo, los gestos, las miradas nos pueden llevar a descifrar: estados de ánimo, emociones, situaciones de peligro, e incluso cuando nos mienten, detectamos sin buscarlo, las incongruencias que se dan entre lo que se dice y el lenguaje corporal, etc. Por las expresiones faciales somos capaces de percibir la diferencia entre una persona triste, enojada o contenta, así como entre un perro que mueve la cola y uno que muestra los dientes. Existe una cantidad de información que llevamos incorporada sin siquiera darnos cuenta de que está ahí. Y si nada que nos saque de órbita ocurre, reaccionamos frente a las mismas situaciones instintivamente una y otra vez
Creencias en el merecimiento, en el deber, en cómo soy y cómo debo ser, en cómo me veo, etc. Nos llevan a transformarnos, no en el ser que de niños nos hubiésemos querido convertir, sino en el tipo de personas que nos enseñaron que debíamos ser, tanto por mandato familiar como por programaciones repetitivas que se inscriben en el inconsciente desde el colectivo social que de acuerdo a la funcionalidad y la cultura nos impone un prototipo de ser humano digno de ser aceptado por los otros. Así surgen las “reglas” para relacionarnos, los apegos, las dependencias emocionales y la respuesta que espero de los demás deben coincidan con las expectativas que considero se corresponden a mis valores, creyendo que el mundo debiera ser de una manera determinada, que la gente se debiera comportar del tal o cual forma y que las situaciones deberían ser como yo quiero que sean, atrayendo situaciones a tu vida para “confirmar” una y otra vez ese sistema de creencias arraigado desde la infancia. Todo esto no hace más que hacernos repetir patrones e interpretar la realidad en función de las experiencias pasadas haciendo que nos preguntemos ¿Por qué siempre me pasa lo mismo? ¿Por qué siempre atraigo el mismo tipo de personas y/o situaciones a mi vida? Y hasta acá creemos que todo es producto de la mala suerte, nos sentimos víctimas y creemos que todo lo que nos pasa es producto de factores externos…
Y en el fondo lo sabemos… quien en algún momento no pensó en la máquina del tiempo para volver al pasado y modificar alguna situación entendiendo que eso cambiaría el presente. Sin embargo cuando actuamos por repetición y buscamos la misma piedra para volver a tropezar, no estamos entendiendo que la única manera de que no se repita, es quitar la piedra del medio y actuar de otra forma para cambiar los resultados. Es lo que hubiéramos hecho de haber podido viajar al pasado no? La pregunta es entonces, porque necesitamos quejarnos de las consecuencias y cuando tenemos la opción de modificar una conducta volvemos a optar por el mismo comportamiento. El problema es uno y no el otro, porque el único poder real está sobre nuestras acciones.
En la era de las distracciones donde nos vemos expuestos 24 x7 a una infinidad de estímulos, donde parecen diluirse las fronteras entre la vida personal y la social y nos vemos bombardeados cada vez con más información pendiente de verificación, más publicidad que nos vende un prototipo de vida plena y felicidad que se vende en el mercado, resulta cada vez más difícil encontrar un espacio para estar solos con nosotros mismos, para pensar, para sacar conclusiones y replantear nuestros verdaderos valores y necesidades, analizar nuestro presente que es el resultado de las decisiones pasadas y determinar cómo nos queremos ver en el futuro, no como queremos que nos vean. A veces nos perdemos en nuestro dialogo interno luchando con los miedos y lo cotidiano y no escuchamos la voz interna que nos está queriendo traer de vuelta hacia nosotros para mostrarnos el camino, ni vemos las señales de lo que se repite constantemente en nuestra vida para mostrarnos algo y si en lugar de prestar atención, seguimos optando por enojarnos, encapricharnos con la vida, ponernos en el lugar de víctimas y culpar a los demás de lo que nos está pasando, el círculo vicioso no tiene fin.
Una de las cosas que más me costó entender es que la vida es un reflejo, como siempre consideré que la vida tenía que ser justa, supuse que iba a recibir lo mismo que estaba dando, nunca me cuestioné acerca de cambiar de actitud, lo que durante mucho tiempo me llevó a estar enojada y frustrada y sobre todo a no entender porque la vida me ponía delante tantas personas como las que vengo describiendo desde el principio. Con esto no quiero decir que las personas tengan que ser iguales a mí, cambiar el mundo no tiene que ver con pintarlo del color que a mí me gusta, sino transformarlo en un mundo donde cada uno pueda sentirse libre de ser lo que quiere ser y sostengo que las personas felices y completas no joden a nadie. Y la verdad es que no es que esto no sea posible, la realidad es que el sistema vende lo que le conviene, pero la culpa la tiene el que compra, es tan simple como hacer consciente al ser real, reconsiderar las necesidades y cambiar las creencias. Tan fácil que da miedo comprobarlo porque una vez que asumís que nadie tiene la culpa de lo que te pasa, estas obligado a cargar con la responsabilidad de tus emociones. Si bien creo que estar despierta conlleva cierta responsabilidad, comprender y aceptar al otro como es, no implica aguantar ni que forme parte de tu vida. No estaba equivocada, la vida es justa. Las personas no.
Cuando leí hace algún tiempo que los mensajes persuasivos actuaban directamente en la parte instintiva del cerebro, me cerraron muchas cosas, no solo a nivel masivo, la publicidad o los argumentos de venta que se utilizan para tocar distintas debilidades del ser humano, o la manipulación mediática para generar miedo y justificar la acción que van a tomar al respecto, sino también un tema sensible como es el de las mujeres maltratadas, sobre el que nunca conseguí tener un debate productivo, porque como mi discurso es distinto al que se comparte en los medios, la interpretación del otro es que estoy a favor de esto y otra vez el cuentito de la vereda. Mientras se siga enfocando el tema como una cuestión de género, no van a cambiar nada. La violencia del ser humano responde a una historia personal y está presente tanto en hombres como mujeres. El psicópata, no es solo el resultado de varias generaciones de hombres golpeadores, hay mujeres que abusan de sus hijos, que los golpean, que los queman con cigarrillo, que los drogan, que los tiran a la basura cuando nacen o los abandonan, que los encadenan a la pata de una mesa, que los hacen invisibles, que los prostituyen o las mandan a robar e incluso que los quieren, pero permiten esto de los padres porque es más fácil que irse y hacerse responsable de su vida. Por supuesto que una mujer es víctima de un hombre que la maltrata, pero primero es víctima de su propia vida. El psicópata es experto en manipulación, no un asesino a sueldo, no tocan el timbre al azar y disparan, uno los deja entrar en su vida, yo viví con uno y asumo todas las responsabilidades porque los indicios siempre los tenes, tuve suerte pero lo pague caro.
Primero te hacen perder todos tus puntos de referencia para que seas absolutamente dependiente, te venden protección mientras te están haciendo mierda, juegan con tus miedos haciéndote perder la poca confianza en la vida que te queda y si encima, sos un poco caprichosa y queres desafiar a la psicología creyendo que vas a poder abrir su caparazón emocional y cambiar su estructura estás al horno… Estos hombres no cambian por marchas ni por todo el amor del mundo que creas tenerle, ya están dañados por dentro de pequeños, lo único que podemos cambiar es nuestra actitud frente a esas situaciones, sanar nuestra herida para que eso no se repita, para reconocer de primera cuando te sugiere que te alejes de tu círculo íntimo, que tu trabajo no es lo suficientemente bueno para vos, cuando te quiere hacer creer que él es toda la seguridad que necesitas, cuando te dice cómo comportarte como si fuera tu padre, cuando intenta minimizar tus logros o denigrarte, cuando te culpa para justificar su comportamiento, cuando lleva mejor que vos el control de tu agenda. Cuando para confiar en él, dejas de confiar en vos. Hay millones de señales para detectarlos y lo hacemos, el problema no es de ellos, cuando aguantas a alguien que te trata mal o no colma tus expectativas poniendo como excusa el amor, el que no te quiere no es el otro, la que no se quiere sos vos, el problema es de quien se queda esperando que cambie y aguanta hasta que es demasiado tarde. Seguro que desde la justicia hay que actuar, pero el hecho de que pague no hace que el problema desaparezca de la sociedad, lo único que va a hacer que desaparezca es sanar la herida de quien está roto y se refugia en alguien que lo va a romper aún más, preguntarnos qué patrón repite de nuestra infancia, qué vacío se está intentando llenar, porque cuando una relación viene a llenar un vacío nunca puede ser sana, aun cuando no llegue al punto de la violencia, se supone que de a dos debería aligerar el peso, no volverlo una carga. Si pesa, suelta…, si somos personas sanas, una relación tóxica no tiene lugar.
Me consta que he hecho enojar a muchas personas con mis diferencias y que no tengo la mejor manera de decir las cosas pero genera mucha impotencia cuando ves tanta energía para solucionar un problema que está mal enfocado. Porque aunque duela cada uno es responsable de sí mismo y cuando aguantas y le cedes el control de tu vida a otro estás haciendo una elección de la que tenes que hacerte cargo. No sé de muchas cosas, no tengo problema en asumir todo lo que no sé, pero de la naturaleza del ser humano sé bastante y lo que aprendí no fue justamente en un centro de yoga. Lo viví como mujer, como terapeuta, como hija, como amiga en repetidas veces, incluso de una que eligió abandonar el barco por no saber cómo salir. Cuando te encontras con la negación y con la excusa no hay forma de ayudar.
Cuando nos preguntamos por qué nos pasa algo, estamos buscando culpables, que no es que no existan, son el reflejo del problema, la trampa, no la solución. Cuando sacamos las emociones de la ecuación y nos preguntamos para que nos pasa, estamos buscando el verdadero valor de X. Lo que quiero decir es que podemos pasar una vida entera buscando culpables de que las cosas no son como queremos que sean y los vamos a encontrar, porque el que busca, encuentra – así dicen… pero lo único real y neutro es un resultado que se juzga como negativo sin querer ver la causa que lo generó.
Es muy difícil mantenerte sano en una sociedad enferma, pero como dice Galeano, estamos mal hechos, pero no estamos terminados…
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