Capítulo IX: Educación emocional
- Marian
- 5 jun 2021
- 9 Min. de lectura

Educación emocional
“El alma se tiñe del color de sus pensamientos. Piensa sólo en aquellas cosas que están en línea con tus principios y que puedan ver la luz del día. El contenido de tu carácter lo eliges tú. Día a día, lo que eliges, lo que piensas, y lo que haces, es en lo que te conviertes. Tu integridad es tu destino… es la luz que guía tu camino.”
Heráclito
Siempre quise creer que las palabras pueden cambiar el mundo, incluso mucho antes de estudiar, leer y comprobar por mí misma, de qué manera, las palabras construyen una realidad.
Y ahora sé que sí pueden…
Cuando era chica, solía preguntarme si era normal el diálogo que solía tener conmigo misma. Escuchaba a mi abuela hablando sola, generalmente en la cocina y en algún lado había escuchado que era un síntoma de la arteriosclerosis y aunque mis conversaciones no eran en voz alta y me parecían super interesantes, también me preocupaban un poco. Ella rezongaba todo el tiempo, del marido, de la hija y de la nieta, evidentemente éramos una molestia, sin embargo aún más terrible que lo que decía, me resultaba el hecho de que viviera así de atormentada. Con el tiempo, además de descubrir que lo normal era tener diálogos internos, con una buena escucha, aprendí a distinguir entre lo que la gente te dice y lo que se dice así misma que en ocasiones puede ser coherente pero en otras, ir por vías paralelas.
Bueno, yo también suelo quejarme y aunque no lo hago del todo sola, de alguna manera es como si hablara con las paredes, porque de la forma en que mágicamente aparecen vasos y tazas en la pileta 10 minutos después de haberlos lavado, siento que la vida me está diciendo, ponete un bazar que te vas a ahorrar muchos costos, pero no… aunque aún no descubro que me quiere decir la vida con esto, mi diálogo interno, no sin considerar el factor hereditario de que la cocina sea un lugar de queja, magnifica la incomodidad y la convierte en un problema: “si pensarán que soy la esclava”, “que no valoran mi tiempo”, “que no tengo nada mejor que hacer que usar mi tiempo para lavar los trastos”, “que ya cumplí mi rol y no voy a resignar ni negociar el tema de la limpieza…” y un millón de etc., que en su mayoría ponen foco en “el tiempo”.
Pero esta conversación repetitiva, no es tan molesta mientras lavas los platos como cuando estas cansada, te vas a dormir y resulta que vuelta y vuelta y no pasa nada, parece que la cabeza está separada del resto del cuerpo y aunque te digas a vos misma, bajá un cambio, podes seguir quejándote cuando te levantes, pones quinta y seguís subiendo las revoluciones. También pensé que me pasaba a mi sola, hasta que empecé a notar que White Chestnut, la flor que solemos usar para el síndrome del disco rayado, junto a Mimulus para los miedos, eran las primeras flores que debía reponer en la caja y no justamente por consumo personal. El síndrome del disco rayado es algo habitual en las personas que solemos ser más racionales que emocionales. Sin embargo no deja de ser algo propio de todos los seres humanos.
Pero lo importante de esto, no es como recordarles al resto de los miembros de la casa que no son invitados y las tareas son compartidas, que si alguien lo sabe, soy toda oídos… tampoco es la razón que no me deja dormir, lo que de verdad importa es de qué manera nos hablamos a nosotros mismos, que nos decimos y con qué palabras, porque por más intrascendente que pueda parecer, las palabras van construyendo creencias y estados emocionales que determinan nuestra forma de ver la vida. De hecho, aunque parezca insignificante quejarse por que nadie más lava lo que ensucia, no es un tema menor, cuando ves que trasladado a otras áreas de tu vida, soles estar en lugar de “hacerse cargo” de las tareas compartidas o de lo que a otro le corresponde… Alguien tiene que hacerlo, no?
Desde pequeños vamos formando en la cabeza algo así como un mapa de ideas, el modo en como vemos las cosas y como creemos que deberían ser según nuestros valores. Pero pocas veces los cuestionamos y la mayoría de las veces ni siquiera tenemos conciencia de que existen. Con esos mapas mentales interpretamos nuestras experiencias, decimos, actuamos o lo que es peor, dejamos de hacerlo.
Si bien el plan no es convertirse en un monje que viva en estado contemplativo y pueda detener los pensamientos, 20 minutos diarios de meditación bastan para que en poco tiempo seamos capaces de hacer consciente este proceso interno y una vez que aprendemos a utilizar el poder transformador de las palabras eligiendo nuestros pensamientos, todo cambia. Vale la pena intentarlo…
Ya en la Grecia Clásica, se hablaba del poder sanador de las palabras. Así lo afirma Sócrates en el Cármides de Platón: “Hay que dar templanza al alma, mediante la palabra, que crea una confianza necesaria para la eficacia del remedio: la salud anímica es condición previa para la salud somática y se logra mediante la palabra racional o argumentativa, por un lado, y mediante la palabra irracional o mítica, que es persuasiva, por otro.” Se dice que Sócrates, a quien se le atribuyen los métodos de la dialéctica a través del razonamiento lógico y la mayéutica a través de las preguntas, fue el primero en promover la conversación como técnica para indagar en las verdades que de otra forma permanecerían ocultas en la mente.
Dicen los expertos que el cerebro procesa un promedio de entre 6000 y 6200 pensamientos diarios, en su mayoría repetitivos y negativos. Incluso que el 95 % de los pensamientos que tenemos hoy son los mismos que tuvimos ayer. En un principio esto nos resultó útil para protegernos, pero la hostilidad con que podemos llegar a ver el mundo hoy en día no tiene que ver con criaturas salvajes, incluso la mayoría de las veces, lo que sentimos que puede estar en peligro no es nuestra integridad física, sino emocional, son miedos tan abstractos, que a veces hasta es difícil definirlos. Esta energía invisible bloquea nuestra visión y nos impide ver una realidad más amplia y son más las veces que actuamos luchando contra lo que no queremos o negamos, que buscando lo que sí queremos. Y como solía decir el psiquiatra, Carl Gustav Jung, “todo lo que resistes, persiste.” Aunque es más fácil vivir justificándose por las razones que otros nos dan para no conseguir lo que queremos. La única y verdadera persona que puede impedirlo, somos nosotros mismos. Y una vez que tomamos consciencia de quien es el enemigo, podemos empezar a actuar.
Nuestro autoconcepto, la forma en que nos vinculamos con otros, las decisiones que tomamos y van moldeando nuestra “realidad” tienen más que ver con creencias construidas en un entorno social y cultural que con el ser real que hay más allá del cuerpo y los pensamientos. Hay creencias que vale conservar, creencias que no te llevan a ningún lado y creencias que te destruyen. Y explorando distintos caminos me deshice de muchas etiquetas que me condicionaban y fui adoptando creencias que estuvieran en congruencia con mis experiencias. En una ocasión, me había ido bastante molesta de un taller de constelaciones familiares porque las respuestas no me quedaban cómodas, si las cosas que nos pasan son porque tenemos que resolver conflictos del árbol genealógico, si elegimos nuestro destino antes de nacer, si es el karma de lo que hiciste en tu vida anterior… Todo eso, al menos para mí es incomprobable, tan incomprobable como lo que ocurre después de la muerte. Lo que sí pude comprobar, es que la vida es aprendizaje y más allá de lo que haya habido antes o lo que venga después tengo que aprender de lo que me pasa aquí y ahora. En esta gran escuela, todos somos maestros y discípulos y cada quien es tratado como cree merecerse. Las verdades que rechazamos suelen ser las que más tenemos que trabajar. Resistirse a una experiencia es como querer nadar contracorriente, gastas tus energías y seguís en el mismo lugar, te volvés a cruzar con el mismo tipo de personas, las mismas circunstancias y hasta que no aprendes cuál es tu rol en todo eso, no pasas al siguiente nivel. Me consta que la mayoría se niega a ver su papel en la historia, que no se trata de quien es el “bueno” o el “malo” de la película, ni porqué, sino de para qué y hasta que no te haces la pregunta correcta, la respuesta nunca es la que buscas o la que va a servirte para trascender la experiencia.
Todos tenemos valores elevados cuando juzgamos las acciones de los demás, pero hay que tener mucho huevo para asumir que eso que crees que te está haciendo “el malo” o de alguna forma te lo haces a vos mismo o se lo estás haciendo a otro. Ofrecemos los recursos con los que contamos y no podemos dar lo que no sabemos cómo darnos a nosotros mismos. Cualquier otro análisis es una pérdida de energía y tiempo.
Hay un fragmento muy bonito de una película de Oliver Stone: “Entre el cielo y la tierra” sobre el aprendizaje que hace años llevo conmigo y dice así:
"Es mi destino estar entre el cielo y la Tierra...
Cuando nos resistimos a nuestro destino, sufrimos. Cuando lo aceptamos somos felices.
Tenemos tiempo en abundancia, una eternidad para repetir nuestros errores. Pero solo necesitamos corregir nuestro error una vez y por fin oímos la canción que nos ilumina y con la que podemos romper para siempre con la cadena de la venganza.
En nuestro corazón podéis oírla ahora... Es la canción que ha cantado vuestro espíritu desde el momento en que nacisteis. Si los monjes tenían razón... y nada ocurre sin una razón, entonces el don del sufrimiento es el de acercarnos más a Dios. De enseñarnos a ser fuertes cuando somos débiles... a Ser valientes cuando tenemos miedo, a ser sabios en medio de nuestra confusión y a liberar aquello que ya no podemos retener.
Las victorias duraderas se ganan en el corazón, no en esta tierra, ni en la otra...”
Y no podría estar más de acuerdo…
Pero para que las palabras puedan transformarnos, al menos desde el punto de vista de mi cabeza rebuscada, es indispensable entender primero, porque no somos lo que creemos que somos, ir al origen y entender que somos lo que hicieron de nosotros, una construcción condicionada por el entorno. Y si bien, en un principio, nadie tiene la culpa de lo que es, sí es su responsabilidad encontrarse con su ser y modificar lo que no le pertenece ni le es útil. No digo que sea fácil saber quiénes somos, pero más difícil es vivir sin saberlo. Comprendiendo, nos perdonamos por no haberlo hecho mejor, nos aceptamos y ahí es donde podemos cambiar.
“No podemos cambiar, no podemos alejarnos de lo que somos hasta que aceptamos lo que somos. Entonces el cambio parece llegar casi desapercibido.” Cita Carl Roger, psicólogo norteamericano, quien junto a Abraham Maslow serían considerados precursores de la psicología humanista, una tercera fuerza que se abriría partir de los 60 y que a diferencia del psicoanálisis y el conductismo va a tener una aspecto más positivo acerca de la naturaleza humana, reivindicando los valores del ser y la búsqueda de la realización como necesidad intrínseca. Roger va a situar el autoconcepto durante los primeros años de vida de un niño. Este se desarrollará positiva o negativamente según haya sido reforzado el conocimiento de sí mismo. La percepción evaluativa de uno mismo (autoestima), el autocontrol, la autonomía durante los primeros años, favorecen el desarrollo de las capacidades potenciales de cada persona y motivan a la autorrealización. ¿Cómo te ves? ¿Cómo quisieras verte? ¿Cómo crees que te ven los otros? No podemos cambiar lo que nos hicieron, pero si podemos callar las voces que no nos dejaron ser y elegir las palabras que queremos escuchar.
Maslow introdujo los conceptos de metas abarcando así la naturaleza profunda del ser humano. Las meta motivaciones impulsan a los individuos una vez satisfechas las necesidades básicas hacia fines superiores que lo llevan a convertirse en lo que está destinado a ser. Para Maslow los valores superiores tendrían la misma necesidad biológica y psicológica que los anteriores aunque diferentes en urgencia y prioridad.
Quizá porque no concibo una vida sin significado otra de las creencias que asumí para mi vida es que nacemos con un propósito específico que tiene una finalidad individual que nos ayuda a crecer como personas y una social donde cada uno puede poner su granito de arena para mejorar el entorno. Y la vida te da las herramientas o la capacidad para conseguirlas, pero nunca te deja en banda, te pone en el lugar que necesitas para cumplirlo y las experiencias te van abriendo camino.
Nadie nos habla de nuestro interior ni de cómo llegar a él. Aleccionados para ser una sociedad de consumo que pone el foco en la carencia para que busquemos acceder a algo más, acostumbrada a ver el vaso medio vacío y reparar en el error en lugar de en la virtud, es natural que nos cueste creer que tenemos todo servido. Mucho más enfocarnos en los fines superiores de Maslow, mientras se siguen ampliando la lista de necesidades básicas que nunca vamos a ver cubiertas como para pensar en algo más, es el círculo virtuoso del capitalismo… No debería ser tan difícil distinguir entre el bien -tener y el bien – estar, ni vivir postergando lo importante, porque lo urgente siempre va a estar ahí.
Tanto si te gusta como si no, lo que eliges sentir cada día es una elección personal. Lo que haces con el entorno para bien o para mal, está cambiando el mundo...
Capítulo X: ¿Qué te falta para ser la persona que quieres ser?
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